Ni me puedo imaginar a las tropas mañicas, pasada la más encarnizada batalla de los gloriosos Sitios de Zaragoza, encerradas en la Aljafería con Napoleón y despidiéndole con aplausos después de escuchar como les daba la enhorabuena por la batalla librada, a la vez que nuestro insigne General Palafox se dirigía a las tropas francesas en una dependencia contigua deseándoles la mejor de las suertes en las venideras batallas... ¿y ustedes?Bueno, pues puedo asegurarles que así es como terminó el tan celebrado partido "del siglo" (si, de esos que los futboleros tienen media docena cada temporada) el otro día en la muy noble ciudad de Daroca.
Se presentaba el asunto un tanto descafeinado en cuanto al lugar de la cita, dada la procedencia capitalina de la totalidad de los contendientes y sus respectivas aficiones, y de la mayoría de curiosos más o menos interesados en la refriega; y también light en cuanto a que en principio parecían los teloneros de la fiesta del balonmano escolar, por la hora elegida.
Pero lo que comenzó con una demostración de "buen rollito", foto de familia y abrazos varios incluidos, dio paso a la mas encarnizada lucha deportiva que servidora recuerda en una pista.
A partir del silbido inicial de los dos señores destinados a poner orden en la refriega, se inició un derroche de ilusión, lucha, pasión, fuerza, garra... BA-LON-MA-NO.
Los rojos, dirigidos por los dos enanitos verdes del bosque, con el descaro de la juventud y derrochando velocidad en sus acciones para suplir su teórica inferioridad física.
Y los naranjas intentando imponer la ley de la selva, la del más fuerte, la de los veteranos cuando ven amenazado su territorio y su orgullo herido.
Aquello paso por todas las alternativas posibles... tan pronto parecía que los unos se iban a hacer con el mando del partido, como al minuto siguiente la victoria cambiaba de lado.
Y así llegaron al final de la primera refriega, empatados a todo: resultado, derroche de facultades, ilusión y ganas por llevarse la gloria. Y sin ninguna intención por ningún lado de soltar aquello que habían decidido era suyo: la gloria de la victoria.
Como la cosa no podía quedar en tablas, lo intentaron en un nuevo asalto, pero no hubo manera de que aquello se decantase por ningún bando.
A la segunda prórroga llegaron ambos con la reserva casi agotada, pero no por ello cejaron en su empeño, de nuevo baldío, por hacerse con el título. Caían unos y otros, y se levantaban de nuevo, sin un mal gesto ni una mala cara, y de nuevo iban a por su objetivo. ¡A piñón!
No hubo forma y decidieron que después de las casi dos horas de balonmano más apasionantes de su corta vida para los chavalotes y seguro que para casi todos los que contemplaban (los que aguantaron, que ya se sabe que cuando la sangre tira...) aquel espectáculo, alguien debía de llevarse la copa grande, y la gloria de representar a mañolandia en España, ya que alguien, de los que no sudaban ayer, decidió que solo uno podría hacerlo.
Asi se liaron a lanzar penaltis, pero hubo que esperar dieciseis angustiosos lanzamientos, de todas las formas y facturas, para que, por fin, pudiesen entregar la copa grande a uno y la menos grande al otro.
Y a estas alturas del relato, seguro que más de un amable lector estará preguntándose que pintan los siete enanitos en esta historia, o más bien en el título. Pues sencillamente que ayer, después de ver a aquellos hombrecillos de rojo y aquellos otros de naranja partirse el alma en aquella batalla, con su objetivo fijo en el pensamiento, pero con la nobleza por bandera para lograrlo, soñe que salían de aquel pabellón todos en fila: los enanitos rojos detrás de sus jefes los enanitos verdes del bosque, y los enanitos naranjas detrás del enanito sin pelo, cantando aquello de HI HO, HI HO, VAMOS A TRABAJAR... que era la única forma que conocían de conseguir su objetivo.
Ahhh, ¿y Blancanieves?, pues Blancanieves ayer ni apareció ni se la esperaba, pero aún quedamos ilusos que creemos que existe, y que aparecerá para poner un poco de cordura en todo esto, y mandará de viaje a todos lo enanitos, y sobre todo escuchara y preguntara a los enanitos que quieren ser de mayores.
Y como alguien ha dicho: el deporte a veces es cruel porque nunca pueden ganar los dos, pero ayer, como en los cuentos maravillosos, las hadas decidieron que nadie había perdido.
